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miércoles, 21 de julio de 2010

EL DESFALLECIMIENTO DE ELÍAS (1° Reyes 19:4)


EL DESFALLECIMIENTO DE ELÍAS

«Y él se fue por el desierto un día de camino y vino y se sentó debajo de un enebro; y, deseando morirse, dijo: ¡Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres!» (1°
Reyes 19:4).

Podemos aprender mucho de las vidas de otras personas. Elías mismo no es sólo un profeta sino una profecia. Su experiencia nos enseña mucho.

A veces entramos en una especie de misterioso estado de depresión, y es bueno aprender de la Escritura lo que otros han experimentado al pasar por el Valle de Sombra de Muerte. Los cansados y enfermos de corazón, duramente probados, son propicios a desfallecer; se imaginan que en tal o cual tiempo les ha ocurrido esto o aquello tan extraño e incomprensible, pero no es así. Mirando atrás las pisadas sobre las arenas del tiempo, pueden ver tan sólo las huellas del pie del hombre; pero deben consolarse al saber que no era el hombre, sino los pasos del Señor. Estudiemos este caso:

I. LA DEBILIDAD DE ELÍAS.


1. Era un hombre de iguales pasiones que nosotros (Santiago 5:17).

Desfalleció en el momento que debía ser más fuerte; como muchos otros santos lo han hecho, Abraham, Job, Moisés, Pedro, etc.

2.  Sufrió una terrible reacción. Los que suben mucho también están propensos a bajar. La profundidad de su depresión es igual a la altura de sus victorias.
3.     Estaba triste y cansado después de la excitación del Carmelo y la innecesaria carrera al lado del carro de Acab.
4.     Su deseo era insensato. «¡Señor, quítame la vida!>

        Estaba huyendo para salvar su vida, y quería morirse; para ello no necesitaba salir al desierto.
        Pero él era más necesario que nunca para mantener la buena causa.
        Es bien raro que uno que huía para escapar de la muerte clamara: «¡Toma mi vida! ¡Quita mi vida!»
        ¡Cuán insensatas son nuestras oraciones cuando nuestros espíritus desfallecen!

II. LA TERNURA DE DIOS HACIA ÉL.
1.    Le permitió dormir. Esto era mejor que una medicina o una reprensión interior.
2.    Lo alimentó con alimento conveniente.
3.    Le permitió contar sus penas (véase vers. 10). Esto es, a menudo, el mejor consuelo. Explicó su caso y así alivió su depresión.
4.    Dios se reveló a sí mismo en sus diversos caminos. El viento, el terremoto, el fuego y la voz suave eran voces de Dios. Cuando sabemos lo que Dios es, somos menos turbados por otros asuntos.
5.    Le dio buenas nuevas: «Sin embargo, yo haré que queden siete mil en Israel» (vers. 18). De este modo su sentimiento de soledad fue quitado.
6.    Le dio más trabajo para hacer: Ungir a otros, por medio de los cuales los propósitos del Señor de castigo e instrucción serían llevados a cabo.


I. LA CAUSA DEL DESALIENTO DE ELÍAS.
1.     Relajación de la fuerza física.
2.     Falta de simpatía: «He quedado solo.» Tenía que quitar el solo; la soledad de su posición era molesta para Ellas.
3.     Falta de ocupación. Mientras Elías tuvo trabajo de profeta, duro como era, todo fue a las mil maravillas; pero ahora su trabajo había terminado, según le parecía. ¿Qué tenía que hacer mañana, y pasado mañana, día tras día? La desgracia de no tener nada que hacer proviene de causas voluntarias o involuntarias, según su naturaleza.
4.     Desengaño por no haberse cumplido sus esperanzas de éxito. En el Carmelo el gran objeto por el cual Ellas vivía pareció llegar a su punto de realización. Los profetas de Baal habían sido muertos, Jehová reconocido unánimemente, la adoración falsa derribada. El deseo que había llenado toda la vida de Ellas. La transformación de Israel en el Reino de Dios parecía cumplida. Pero en un solo día todas estas brillantes esperanzas se desvanecieron.

II. EL TRATAMIENTO DE DIOS.
1.    En primer lugar, en cuanto a su servidor exhausto de fortaleza. Leed la historia. Le da alimento milagroso: entonces Elías duerme, se despierta y come; con la fuerza de aquella comida anda cuarenta días.
2.    El Señor calma su mente turbulenta mediante las influencias de la naturaleza. Manda al huracán barrer el cielo y al terremoto sacudir la tierra. Enciende los cielos hasta parecer una masa de fuego. Todo esto expresa y refleja los sentimientos de Elías. La naturaleza nos hace sentir lo que con palabras no se puede expresar.
3.    Además de esto, Dios le hizo sentir la necesidad de la vida. ¿Qué haces aquí, Elaís? La vida es para hacer algo. La vida de un profeta mucho más, y el profeta estaba sin hacer nada, sino lamentarse. Esta voz se repite en todos nosotros para levantarnos del letargo, o de nuestro desaliento, o de nuestra postración. «¿Qué haces tú aquí en esta vida tan corta?»
4.    Completó la cura asegurándole la victoria. Sin embargo, yo he dejado 7.000 en Israel que no han doblado sus rodillas a los baales; de modo que la vida de Elías no había sido un fracaso, después de todo. - F. W. Robertson.

Aprendemos de esto algunas lecciones útiles.
En muy pocos casos se justifica la oración pidiendo muerte. Es un asunto que debemos dejar a Dios. Ni podemos destruir nuestras vidas ni pedir a Dios que lo haga. Tres santos en la Sagrada Escritura pidieron la muerte: Ellas, Moisés y Jonás-, pero las tres fueron oraciones sin respuesta. Para el pecador nunca es bueno buscar la muerte, pues la muerte para él es el infierno; seña su propia y segura condenación. Pero no es menos equivocado tal deseo en un creyente. ¿Qué oímos en este caso? ¡Ellas desfalleciendo y abandonándolo todo! ¡Este heroico espíritu, desolado y postrado! ¡El que osó decir a la cara de Acab: «Eres tú y la casa de tu padre los que turbáis a Israel»; el que podía levantar un muerto, abrir y cerrar los cielos, manejar el fuego y el agua con sus oraciones; el que se atrevió a desafiar a todo el pueblo de Israel y matar a 250 profetas de Baal, le vemos aquí hundirse por el mal ceño y amenazas de una mujer! ¿Pedía que le quitara Dios la vida porque temía perderla? ¿Quién puede esperar una constancia sin mácula de la carne y la sangre cuando vemos a Ellas desfallecer?

El santo más fuerte y más valiente sobre la tierra está sujeto a algunos ataques de temor y debilidad. Ser siempre bueno e inmutable es propio tan sólo de los espíritus gloriosos que están en el cielo. Así el sabio y santo Dios tendrá su poder hecho perfecto en nuestra debilidad. Es en vano para nosotros, mientras llevamos esta carne, esperar una tal salud espiritual que no caigamos alguna vez en desajuste moral. No es una cosa nueva para los hombres santos desear la muerte; ¿quién puede, por tanto, censurar y extrañarse del deseo de tal ventaja?

Para el peregrino cansado desear reposo, el prisionero libertad, el desterrado el hogar, es tan natural que la disposición contraria sería monstruosa. El beneficio del cambio es precisamente el motivo de nuestro deseo, pero pedir la muerte por estar hastiados de la vida, por la impaciencia del sufrimiento, es una debilidad inverosímil para un santo. No «basta y», ¡oh Ellas! Dios quiere más trabajo todavía para tí. Tu Dios te ha honrado a ti más que a tus padres, y tendrás que vivir para honrarle más a Él. - Obispo Hall.

Elías «levantóse y escapó por su vida», pero mejor habría hecho permaneciendo en su tarea como profeta y responder como Crisóstomo cuando Eudoxcia, la emperatriz, le amenazó: «Id y decidle -respondió— que yo no temo nada sino el pecado.» 0 como Basilio cuando el emperador arriano dijo que aquella disputa significaría su muerte: «¡Ojalá que así sea! -respondió--- . Esto me llevará al cielo más pronto.»

Gregorio no titubeó en decir que, porque Ellas había empezado a envanecerse con altos pensamientos acerca de sí mismo a causa de los grandes actos que había realizado en el Carmelo, ahora estaba sufriendo este ataque de temor, por la contrariedad que le producía su humillación. Algo semejante vemos en Pedro, asustado por una sencilla criada; nos muestra cuán débiles somos cuando somos dejados a nosotros mismos. - Juan Trapp.

¿Quién le había dicho a Ellas que ya ¡basta de vivir!? Dios, no; El sabía que no había bastante para Ellas ni de trabajo ni de sufrimiento. Dios tenía más que enseñarle, más que hacer; si el Señor hubiese cumplido su deseo, a la historia de Ellas le hubiese faltado su última página, la más gloriosa. - Kitto.

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