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miércoles, 4 de agosto de 2010

LA RENDICIÓN DEL PECADOR A SU GUARDADOR (Job 7:20)


LA RENDICIÓN DEL PECADOR A SU GUARDADOR

«Si he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh Guarda de los hombres?» (Job 7:20).

Job podía defenderse delante de los hombres, pero usaba otro tono cuando se inclinaba ante el Señor. Allí exclamó: «He pecado.» Las palabras más propias para un santo afligido, pues fueron expresadas por un hombre muy perfecto. Pero pueden ser usadas también por el pecador penitente, y en esta ocasión las emplearemos para tal objeto.

I. UNA CONFESIÓN: «He pecado.»

En algunos casos esto no es más que una confesión hipócrita, como en los ejemplos de Judas, Saúl y Balaam. ¿No ocurre que muchas personas se llaman a sí mismas miserables pecadores y, sin embargo, son miserables burladores? Pero en el caso de Job, que tenía un corazón recto, su confesión era sincera.

1. Era una confesión personal. «He pecado.» Sea lo que fuere que otros hayan hecho, no vale justificarse con su ejemplo.

Era una confesión al Señor. Dirige su confesión, no a otro hombre, sino al Guarda de los hombres.
3. Fue una confesión provocada por el Espíritu Santo. Ved el versículo 18, donde atribuye sus penas a visitación de Dios.
4. Era una confesión sentida, a la que llegó rápidamente. Leed todo el capítulo. El tener que confesar «he pecado>, es bastante para marcar el alma con la marca de Caín y anticipar las llamas del infierno.

Era la confesión de un creyente, mezclada con incredulidad acerca de otros puntos. Job mantenía su fe en el poder de Dios para perdonar. Una confesión incrédula puede aumentar el pecado.

II.      UNA PREGUNTA: «¿Qué puedo hacerte a ti?»
En esta pregunta vemos:
1.     Su voluntad de hacer algo. Cualquier cosa que el Señor pudiera pedirle; lo que prueba su anhelo.
2.     Su confusión; no sabía qué ofrecer o dónde volverse; sin embargo, sentía que tenía que hacer algo.
3.     Su rendición incondicional. No hace condiciones; sólo ruega al Señor que presente las suyas.

III. UN TITULO ADECUADO: «¡Oh Guarda de los hombres!»
        Eres observador de los hombres, parece decir; por tanto, conoces bien mi caso, mi miseria, mi confesión, mi deseo de perdón, mi absoluta impotencia.
        Guarda de los hombres.
        Por su infinita paciencia, absteniéndose de castigarlos.
        Por sus diarias bondades, manteniendo vivos a los ingratos. Por el plan de la salvación, librando a los hombres de ir al abismo, arrebatando aún los tizones del infierno.

Tan pronto como Job hubo confesado su pecado estaba deseoso de conocer el remedio. Los reprobados pueden exclamar: «Peccavi», «he pecado», pero no proceden a decir, «¿qué haré?» Abren su herida, pero no ponen remedio y así las llagas se hacen más peligrosas. Al buscar Job el remedio tendría gracia perdonadora y prevaleciente en todos los términos. - Trapp.

Job era una persona a quien la Escritura describe con el nombre de «perfecto»; sin embargo, clamó: «He pecado.» No era «perfecto en su generación»; sin embargo, cualquier borracho nos recuerda que él tuvo esta falta. Abraham recibió el mandato: «Anda delante de Mí y sé perfecto»; pero no fue absolutamente sin pecado. Zacarías y Elisabet eran perfectos; sin embargo, hubo bastante incredulidad en Zacarías para hacerle mudo por nueve meses.

La doctrina de la perfecta santidad en vida no es de Dios, y el que se enorgullece de poseer tal perfección declara inmediatamente su ignorancia, de sí mismo y de la ley de Dios. Nada descubre mejor un corazón malo que el vanagloriarse en la propia bondad. El que proclama su propia alabanza, publica su propia necedad y vergüenza.

El hombre es por sí mismo una criatura tan débil, que es gran maravilla que no haya sido ya, desde mucho tiempo, aplastada por los elementos, exterminado por las bestias salvajes o extirpado por las enfermedades. La omnipotencia de Dios se ha inclinado a preservarle, creando recursos de preservación, cada vez más notables y evidentes, al estudiar los secretos de la Naturaleza. Creemos que el mismo «Guarda de los hombres», que ha preservado de este modo la raza entera, vela, con igual solicitud, a cada individuo.

La rendición incondicional implicada en la pregunta «¿Qué te haré?» es absolutamente esencial para cada hombre que desea ser salvo. Dios no levantará el sitio hasta que tenga en sus manos las llaves de la ciudad, se le haya abierto cada puerta y dado la bienvenida al conquistador por todas sus calles, tomando posesión de la ciudadela. El rebelde tiene que entregarse a sí mismo a la clemencia del Príncipe. Hasta que esto no sea hecho continuará la batalla, pues el primer requisito para la paz con Dios es la completa sumisión.

SALUDOS Y BENDICIONES..........................................................
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